¿Puede una rectora de una escuela media gritarle a cuatro alumnas, fuera de sí, sólo porque ellas son "rebeldes"? ¿Se puede amenazar con sancionar a todo un curso porque se trata de alumnos que "no acatan las órdenes"? Lamento decir que sí, para la Secretaría de Educación de la Ciudad de Buenos Aires se puede, ya que permite que estas cosas sucedan un día como hoy, en que se ha realizado el acto del Día del Maestro.
¿Puede una rectora gritarle a una jefa de preceptores y a un preceptor porque permiten que un curso sea "rebelde"? ¿Suele ocurrir que un preceptor intente calmar a una rectora que grita desaforada, totalmente enfebrecida, casi al borde de la locura? No sabemos si esto suele ocurrir. Lo que sí sabemos los docentes del comercial, porque lo vivimos todos los días, es que una rectora así puede estar en su cargo todo el tiempo que le plazca. Este es el país de la impunidad. Este es el país en el que una rectora desprecia el Estatuto del Docente y las leyes de la legislatura del Gobierno de la Ciudad, pero que se sirve perfectamente de ellos para permanecer robando un sueldo de docente.
¿Qué se le explica a unos alumnos agredidos flagrantemente por una rectora enloquecida? ¿Cómo restablecer el vínculo con el colegio? ¿Cómo lograr que los alumnos no sueñen con incendiar la escuela?
Cuántas preguntas tristes. Cuántas dudas que los responsables de la educación no tienen ganas de responder. Todos, todos esperan que se la lleve de una vez la jubilación... ¿y mientras tanto?
10.9.04
2.9.04
Aulas en llamas
Miércoles 1 de septiembre de 2004
Alumnos algo desmedidos en sus bromas juegan con un encendedor cerca de las cortinas del aula de tercer año del turno mañana. De pronto la cortina se enciende, provocando la desbandada del alumnado. La preceptora a cargo les ordena salir, y, en medio de los gritos y las corridas, un alumno toma el matafuegos y apaga las llamas. Luego se entretiene en vaciar el contenido del matafuegos en el aula y sobre sus compañeros que volvían a buscar sus mochilas. El aula queda como si hubiera nevado en su interior. La cortina deja una marca de hollín en el techo.
Veinte minutos después aparece la rectora, con su habitual cara desencajada. Tal vez esté preocupada por si hay alumnos o docentes heridos, por si alguien se intoxicó con la cantidad de polvo de matafuegos que llena la atmósfera, o por si alguien se lastimó en su afán de huir de las llamas. Tal vez se esté cuestionando la razón por la cual los alumnos tienen necesidad de acometer ese tipo de actos para ser escuchados. Pero no, su única pregunta, en su habitual tono cuartelero, fue:
- ¿Y ahora quién va a limpiar todo esto?
No, señores, el comercial no tiene solución hasta que alguien se lleve a esta gente lejos del sistema educativo.
Alumnos algo desmedidos en sus bromas juegan con un encendedor cerca de las cortinas del aula de tercer año del turno mañana. De pronto la cortina se enciende, provocando la desbandada del alumnado. La preceptora a cargo les ordena salir, y, en medio de los gritos y las corridas, un alumno toma el matafuegos y apaga las llamas. Luego se entretiene en vaciar el contenido del matafuegos en el aula y sobre sus compañeros que volvían a buscar sus mochilas. El aula queda como si hubiera nevado en su interior. La cortina deja una marca de hollín en el techo.
Veinte minutos después aparece la rectora, con su habitual cara desencajada. Tal vez esté preocupada por si hay alumnos o docentes heridos, por si alguien se intoxicó con la cantidad de polvo de matafuegos que llena la atmósfera, o por si alguien se lastimó en su afán de huir de las llamas. Tal vez se esté cuestionando la razón por la cual los alumnos tienen necesidad de acometer ese tipo de actos para ser escuchados. Pero no, su única pregunta, en su habitual tono cuartelero, fue:
- ¿Y ahora quién va a limpiar todo esto?
No, señores, el comercial no tiene solución hasta que alguien se lleve a esta gente lejos del sistema educativo.
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